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Entre las discusiones políticas de los últimos meses tuvo lugar una falsa antinomia que merecería ser saldada teniendo en cuenta, entre otras cosas, el espacio que compartimos desde el EDE y la visión de país de la cual, más allá de diferencias naturales, todas y todos participamos. Quienes hayan seguido algunos debates televisivos y reportajes a líderes sociales y a algún que otro funcionario, habrá escuchado contraponer, en una peculiar, extraña y contraproducente visión de la realidad política, al peronismo con el progresismo, como dos identidades incompatibles a la hora de pensar un proyecto y, en términos concretos, un frente común con aspiraciones de gobierno.


Hay, cuanto menos, una verdad bastante fácil de comprender: resulta mucho más espinoso definir al peronismo que al progresismo. La categoría de “peronista” interpela a sectores tan disímiles entre sí que transforman el concepto en un significante semi vacío en el cual pueden encasillarse desde defensores del neoliberalismo y representantes de la derecha más tradicional hasta profundos defensores de los derechos humanos, la igualdad y la necesidad de que el Estado regule las injusticias que siembra el mercado. Pero...¿Qué significa ser peronista y no ser progresista? ¿Tiene sentido plantear esta división? No caben muchas alternativas: o bien es una confesión de quienes se sienten parte de los sectores conservadores del peronismo, o bien –y este es el caso que debe tenerse en cuenta- se hace referencia a un supuesto desprecio entre espacios que deben cofluir. Han aparecido categorías y frases como “progresismo blanco” o “el poder de los negros” - mucho más vinculables a sectores que hacen de la fragmentación social su núcleo de ideas- que están alejadas de la voluntad integradora del EDE.


Desde este espacio quedó demostrado, en las últimas semanas más que nunca, que el diálogo incluye y debe incluir a cualquier sector que acompañe las ideas de revalorizar la política, foralecer los roles del Estado, priorizar la inclusión de los sectores más vulnerables, defender a ultranza los Derechos Humanos y que tenga aspiraciones de gestión para transformar lo que se presenta como dado.

Si los rumbos son compartidos, la visión del mundo apunta hacia un mismo lado y la ambición de gestionar para hacer que esta sociedad continúe profundizando el camino hacia la equidad es una causa común, la dicotomía progresismo Vs peronismo no puede ser más que una débil interpretación de la realidad, que resta a la hora de pensar en ampliar espacios . La conclusión, siempre sostenida desde el EDE , es una sola: lo que debe ir junto no debería estar separado.


Como titularía la revista Barcelona, ahora dicen que la juventud volvió a la política. Y es así. Fueron 27 años signados por el terror, la exclusión y la desesperanza los que montaron una sociedad apática, tímida y desmovilizada. Razones había: 30.000 compañeros desaparecidos, desmantelamiento industrial, desempleo galopante, y un repiqueteo mediático constante que llamaba a desconfiar de la política y de los políticos, y a procurar apenas la salvación individual. Y ahí los grandes se borraron, y los jóvenes se hicieron adultos sin nada en que creer, sin nada que los convoque a luchar.

Dolió y aún duele. Toda esa historia pesa en nuestras espaldas y se expresa en un presente en el que las desigualdades aún son grandes. Pero dicen que volvieron los jóvenes, y lo primero que volvió fue la política. La política como discurso y como herramienta, capaz de interpelar a los poderosos, de dar vuelta la tortilla, como dirían las abuelas. Y entonces las fuerzas armadas eran puestas al servicio del pueblo y no en su contra. La memoria y la justicia se encontraban y que entonces había futuro. Que los pueblos hermanos eran hermanos. Y se podía cuestionar a los poderes fácticos de los medios de comunicación y de la economía local e internacional. Y el Estado recuperaba sus funciones, las asumía y transformaba sus recursos en derechos antes negados. Y entonces hubo asignación universal y matrimonio igualitario.

Entonces si, volvió la política. Y los jóvenes volvieron a la política. Entendiendo que es ésta y no otra la forma de transformar la realidad. Volvieron -volvimos-, aunque algunos nunca nos habíamos ido. La juventud volvió para ser parte, para tomar la palabra y para poner el cuerpo en cada paso. Porque la justicia no se logra sin resistencia. Volvimos para militar con alegría. En las escuelas, en las universidades, en los clubes, en los barrios. Con alegría y por supuesto con coraje. Porque los cambios son urgentes, y son posibles si los hacemos posibles. El horizonte lo trazan los pueblos.

El EDE no sólo acompaña este camino. Es decididamente parte de él. En Morón, y en todo el país, el Encuentro ha mantenido en alto las banderas que hoy flamean. Las de la integración, la justicia, los derechos humanos, la igualdad de género y la redistribución de la riqueza. Y lo hemos hecho con nuestra identidad. Sin resignar autonomía como partido, pero intensamente comprometidos con nuestro pasado, presente y futuro.

El Encuentro es una fuerza jóven poblada de jóvenes. En momentos en que la política vuelve al almacen y a la mesa familiar. En que se pretende presentar como crispación el renacer de los debates antes silenciados, las y los jóvenes tenemos mucho que decir y que hacer. El presente está plagado de desafíos, pero también de esperanzas. Así lo demostró la marcha del último 24 de Marzo, donde cientos de miles de jóvenes nos encontramos para decir nunca más, pero también nunca menos. Acompañando a Cristina en la Nación, con Martín en la Provincia y Lucas en Morón, las y los jóvenes del Encuentro vamos a seguir poniendo el cuerpo a la construcción de un país más justo e inclusivo.