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La figura de Salvador Allende significa para muchos de los que queremos una sociedad más justa y equitativa, una figura de enorme influencia. En estos días - más precisamente el once de septiembre- se cumplen treinta y cinco años del Golpe Militar que terminó con su gobierno popular y democrático, para imponer a sangre y fuego la experiencia neoliberal que terminaría siendo catastrófica para Chile, produciendo enormes niveles de desigualdad social.

Allende había asumido la Presidencia tres años antes en 1970 encabezando la Unidad Popular, un conglomerado de fuerzas políticas de izquierda y cristianas.

En sus días al frente del Gobierno impulsó profundas reformas como la estatización de empresas claves de la economía, la nacionalización de la minería y la reforma agraria. Esto le valería un boicot por parte de la oligarquía chilena y el Gobierno de Richard Nixon, que terminaría luego derivando en el sangriento Golpe de Estado encabezado por Augusto Pinochet


García Marquez afirma "que su virtud mayor fue la consecuencia, pero el destino le deparó la rara y trágica grandeza de morir defendiendo a bala el mamarracho anacrónico del derecho burgués, defendiendo una Corte Suprema de Justicia que lo había repudiado y había de legitimar a sus asesinos, defendiendo un Congreso miserable que lo había declarado ilegítimo pero que había de sucumbir complacido ante la voluntad de los usurpadores, defendiendo la voluntad de los partidos de la oposición que habían vendido su alma al fascismo, defendiendo toda la parafernalia apolillada de un sistema de mierda que él se había propuesto aniquilar sin disparar un tiro."


Es cierto que la estretagia de Salvador Allende aun sigue siendo discutida en muchos ámbitos y controvertida, incluso para muchos chilenos admiradores de su figura. Pero vale quedarse con la consecuencia de Allende, con su compromiso político y con la vida. Y fundamentalmente con su eterna y real lucha por un mundo mejor.

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