El oro verde, la soja, ha transformado Argentina en muy pocos años: ha impulsado el crecimiento de la economía y la salida de la crisis de 2001, ha cambiado la manera de vivir y de trabajar de miles de productores agrícolas y de centenares de pequeñas localidades rurales y ha extendido la frontera agrícola por donde antes había pastos, otros cultivos, monte o simple paisaje. La soja se come todo: vacas, pueblos, montes, tradiciones e incluso trabajadores rurales, porque exige poca mano de obra y porque existe una creciente concentración de la propiedad de la tierra. Algunos expertos empiezan a estar preocupados.
"Hay que impedir que se siga plantando soja donde antes no la había. Hemos pasado de siete millones de hectáreas de soja en 2003 a los 20 millones de hectáreas que se sembraron esta temporada", explica Marcelo Brignoni, diputado de la Asamblea de Santa Fe. "Demasiada soja", admite el director de la revista Rosario Express, Óscar Bertone. De 2009 a 2010 se pasó de 17,5 millones de hectáreas a los 20 millones actuales. Se calcula que en toda Argentina hay aproximadamente 31 millones de hectáreas de uso agrícola, lo que quiere decir que la soja ya ocupa este año cerca del 64% de la superficie cultivable total.
La Pampa esta integrada por cinco provincias: Buenos Aires, Córdoba, Entre Ríos, La Pampa y Santa Fe. En el núcleo central están las tierras más fértiles de Argentina y posiblemente del mundo. Hace siete años, una hectárea podía valer 2.000 dólares estadounidenses. Hoy se llegan a pagar hasta 15.000 (aunque el promedio ronda los 12.000 dólares por hectárea). El cambio radical ha llegado precisamente de mano de la soja. De las necesidades de China, que la paga a muy buen precio, y de la soja transgénica (que va ligada inexorablemente al uso del herbicida glifosato), que es la que está permitiendo rendimientos muy elevados, con promedios de 4.000 kilos y casos de hasta 10 toneladas por hectárea. Es fácil hacerse una idea del dinero que se mueve estos días en el campo argentino: en la Bolsa de Chicago se estaba pagando esta semana entre 355 y 358 dólares por tonelada de soja.
"Esa es una de las grandes transformaciones sociales que ha acarreado la soja transgénica", comenta el diputado de Santa Fe. "Los padres de esos jugadores de golf se subían al tractor a las cinco de la mañana y se bajaban a las seis de la tarde. Sus hijos no van a volver a trabajar nunca más: simplemente, alquilan sus tierras y reciben el dinero correspondiente. Por 50 hectáreas pueden sacar hasta 90.000 pesos de renta anual", explica. Son unos 18.000 euros, pero en Argentina no se trata de poco dinero. Un profesional joven que trabaje en la capital federal, un médico, un profesor de universidad o un periodista, no cobra más de 7.000 o 7.500 euros al año. Esos agricultores, que viven en núcleos rurales, reciben más del doble por no hacer absolutamente nada. "¿Comprende usted por qué es tan difícil debatir sobre la soja en este país?", se lamenta el diputado de Santa Fe.
Brignoni pertenece a un partido relativamente nuevo, de raíz socialista, que se llama Nuevo Encuentro (su líder nacional es Martín Sabbatella), y conoce muy bien la realidad de su provincia. "Es absurdo querer que se prohíba el glifosato, como dicen algunos ecologistas, o que se arranque la soja transgénica. Eso es imposible. No se trata sólo de los intereses de los grandes terratenientes, sino de los pequeños y medianos productores, que han encontrado en la soja transgénica un verdadero filón y se han convertido en sus más ardientes defensores". De hecho, afirma Brignoni, los grandes hacendados, los ricos de toda la vida, los de la llamada Sociedad Rural (uno de cuyos presidentes fue José Martínez de Hoz, el ministro de Economía de la dictadura militar), conservan sus negocios ganaderos.
"Ellos siguen teniendo vacas y simplemente ponen dinero en los pool de siembra y en fideicomisos de inversión, conglomerados financieros que alquilan los campos de los pequeños y medianos y plantan allí la soja". Uno de los mayores pools del país es el organizado por Gustavo Grobocopatel, un ingeniero que se presenta como el nuevo modelo de empresario agrícola y que confiesa controlar 250.000 hectáreas, aunque algunos ecologistas afirman que en realidad duplica esa cifra, si se cuentan los campos alquilados en Paraguay y Brasil.
Para muchos expertos, el cultivo de la soja funciona cada día más como un cartel, con el resultado de que cada vez hay menos productores rurales en Argentina. Según datos de 2009, en todo el país hay censados 276.581 productores agrarios, la mitad de los que había registrados en 1969, cuando llegó la primera soja. Han desaparecido miles de viviendas rurales, cuyos dueños se han ido a vivir a los pueblos y ciudades cercanos. El censo de población rural dispersa, que caracterizó durante muchos años a Argentina y marcó su carácter, ha sufrido una disminución radical. Incluso los pueblos más pequeños han terminado por borrarse, engullidos por el mar verde. En Santa Fe afirman que de un total de 352 municipios, hay más de 60 en peligro de extinción.
"Lo normal sería que estos fueran grandes temas de debate político", afirma Brignoni. "Pero no es posible casi hablar de estos asuntos porque, por ejemplo, de los 19 miembros del Senado de Santa Fe, 14 están viviendo de la soja. El político más famoso de la provincia, Carlos Reutemann, posible candidato peronista a la presidencia de Argentina, es un gran productor de soja. Todos ellos deberían abstenerse cuando se tratan asuntos relacionados con ese cultivo, pero, por supuesto, no lo hacen". El diputado se queja también de grandes medios informativos que tienen intereses en el negocio de la soja, "así que tampoco es fácil conseguir que abran ese debate. Y así va pasando el tiempo y seguimos sin saber bien la magnitud del daño creado por la llamada siembra directa o el avance de la frontera de la soja".